“¡Yo
que reina de Troya ya no soy nada ni nadie¡”
Hécuba,
“las Troyanas”
Los griegos heredaban el destino que
les concedían los dioses. Nosotros poseemos el carácter. Ese rasgo, que según
van pasando los años, hace que te parezcas más a tu padre o a tu madre. El
carácter podías cambiarlo o, al menos, modificarlo. El destino, por el
contrario, era inamovible, estaba unido a ti para siempre.
A pesar de esta circunstancia, en la
tragedia griega, algunas heroínas lucharon denodadamente para vencerlo. Medea
se reveló contra un destino que la tenía condenada a ser, únicamente, la mujer
abandonada y maltratada por Jasón. Electra hizo lo mismo y luchó con todas sus
fuerzas para exigir justicia y rehabilitar la imagen de su padre. Antígona rompió
su destino, de ser solo la hermana de Polinices, para defender la ley divina frente
a la ley humana del tirano Creonte.
Inmersos como estamos en esta
tragedia griega, con miles de muertos a nuestro alrededor, solo nos queda
enfrentarnos a este absurdo destino y luchar, denodadamente, para cambiarlo.
Muchos son los que piensan que nos
espera un mundo sin teatro, que la recuperación de las artes escénicas será muy
lenta y difícil, que hacer un espectáculo solo para el 50% del aforo no será
rentable. Se olvidan que en el teatro como en el amor se establece una relación
de persona a persona (Actor/ observador) y que el número de espectadores solo es
importante para la taquilla. Se nos vuelve a contar lo de siempre, que el
teatro es mera mercancía, que el mercado decide y coloca a cada uno en su sitio,
que solo es diversión y entretenimiento. ¿Será por qué el teatro aparece en
Europa al mismo tiempo que el capitalismo?
Habrá poco público en los teatros, nos
dicen, pero quedará mucho más sin teatro, decimos nosotros. Personas que no podrán
acercarse a ”La vida es Sueño”, “Fuenteovejuna”, “Luces de Bohemia” “La casa de
Bernarda Alba” o a tantas obras que son parte de nuestra historia, de nuestra
memoria, de nosotros mismos. Pero esto, a nuestros regidores culturales, parece
que no les importa. ¿Será porque ellos tampoco han tenido la curiosidad de
acercarse al teatro?
Escuchamos también que el teatro es
aburrido, antiguo, lo moderno son las plataformas tecnológicas, la imagen, los
e-Sports, la virtualidad, etc. Olvidan que en la pantalla solo ves lo que te
enseñan, que todo gira entorno al montaje y que la imagen se brinda, casi
siempre, reelaborada. Por contra, en el teatro, ves lo que quieres ver.
Disfrutas de esa emoción que va de persona a persona y que recorre los
sentimientos y emociones de la vida misma. No, el teatro no es el cine ni la
televisión ni la virtualidad enlatada. El teatro es el ahora. El ahora del
actor y el ahora del espectador.
Pero, si no existiese el teatro profesional
en Asturias, ese teatro al que Eugenio Barba llama Tercer Teatro, ¿quién
ocuparía su lugar?
¿El teatro que viene de Madrid? ¿El que
Eugenio Barba nombre como Primer Teatro? Ese que con tanto ahínco protegen y
ensalzan los grandes espacios teatrales de nuestra región.
¿Los grupos aficionados, y sus defensores, que siguen la más rancia tradición asturiana, y que durante la pandemia han brillado por su
presencia?
No. Ese espacio lo ocupamos nosotros,
los grupos profesionales de Asturias, que, contra viento y marea, hemos luchado
durante más de 50 años para conseguir que en Asturias existiese un teatro que
no fuese mercancía, ni pantalla de
televisión. Un teatro con vocación de servicio público. Un teatro que a pesar
de no tener casi presencia en los grandes teatros de la región, en los teatros
del Gobierno de Asturias (es decir, de todos los asturianos), si que ha tenido
vida en colegios e Institutos, en cursos y seminarios, un teatro que ha luchado
mucho por ir dejando su semilla de forma discreta y silenciosa. Un teatro que forma
ya parte del patrimonio y de la memoria cultural de todos los asturianos.
En todos estos años, de las diferentes
administraciones, solo hemos recibido limosnas y de esos grandes teatros, que
en general apuestan por el Primer Teatro importado (el que suele presentar de
cabeza de cartel a un actor o actriz de televisión), desprecio e indiferencia casi
siempre. Y pese a todo, seguimos trabajando año tras año, viendo pasar ante
nosotros gobiernos de todos los colores, luchando para poder salir de Asturias,
para poder representar al Teatro Profesional Asturiano en Ferias y Festivales, para
poder llevar nuestro arte más allá de nuestras fronteras. Pero siempre sabiendo
que lo que ofrecíamos no era una mera mercancía, aunque tampoco sepamos si lo
que hacemos es arte, por más que lo intentamos.
Hemos trazado nuestro camino en
silencio, ni obligados ni impulsados por la Administración, pero, en cambio,
estableciendo sólidos lazos con teatreros que hemos ido encontrando a miles de
kilómetros, con espectadores y alumnos sensibles y curiosos que forman el
“pueblo secreto”, el “amigo secreto” del teatro profesional asturiano.
Y de pronto llega la pandemia, y todo
nuestro endeble andamiaje salta por los aires. A nuestro alrededor solo vemos
indiferencia y lugares comunes. Ninguna mano amiga. Y a pesar de nuestra
derrota, de nuestro desmoronamiento, de nuestra “salida por el foro”, de
nuestra soledad, sabemos que no puede ser aquello de “a rio revuelto, ganancia
de pescadores”, que no se trata de “dar gato por liebre”, aunque, por
desgracia, a muchos de nuestros interlocutores culturales les guste más el gato
que la libre.
Y ahora, después de más de tres meses
de confinamiento, de soledad, de miedo, de pobreza, ¿tenemos que volver a dar gato
por liebre? ¿Es ese nuestro destino convertirnos en los nuevos Sísifos del
siglo XXI? ¿Estamos obligados a vivir con un dólar al día como en el tercer
mundo?
Rebelémonos contra ese destino que
nos imponen desde arriba los de siempre, los mismos que nos han llevado a esta
penuria de situación. Rebelémonos contra la práctica de tener que tirar los espectáculos
según nacen porque ningún teatro de nuestro alrededor se interesa por ellos, y
no tanto por el trabajo en si, que sin duda es interesante, y hasta bueno, sino
por ser asturianos. Rebelémonos para poder seguir creando nuestros espectáculos,
para poder avanzar hacia el futuro con nuestro arte, con nuestro teatro. Una de
las parcelas más vivas de la cultura asturiana.
Rebelémonos, para hacer del teatro ese
rito que obliga al espectador y al actor a salir de su casa, a encontrarse en
un mismo espacio, a enfrentarse al aquí y al ahora, y a sanar juntos las
heridas que nos llevan a esa ceremonia que llamamos teatro. Esa ceremonia donde un cuerpo adquiere y transita por una energía
extra cotidiana y alguien lo contempla con los ojos de la fascinación.
No, no queremos volver a donde
estábamos, no podemos seguir como antes: el teatro asturiano era un enfermo
crónico y ahora es un cadáver. ¿De qué serviría un nuevo sacrificio, para hundirnos en la misma orilla?
Lo hemos perdido casi todo, pero nos dirán
que hay necesidades más importantes, que el teatro no es esencial y menos el
que hacen los grupos asturianos. Sabemos todo eso y mucho más. Pero también
sabemos que para nosotros este arte es esencial, y no solo por ser nuestro
precario medio de vida, sino también por ser nuestra forma de estar en el mundo, de
entender el mundo, de relacionarnos con el mundo, de abrir nuestro propio mundo
a los demás. En el municipio donde vivo hay casi cinco espacios teatrales, casi
siempre cerrados, sin que ninguna compañía pueda establecer allí su sede, pueda
realizar allí su actividad. ¿Para qué se construyeron esos espacios, me
pregunto? En suma, el teatro es nuestra
vocación y, ya se sabe, quien tiene una vocación tiene una cruz.
Rebelémonos contra ese destino que no
nos imponen los dioses, sino hombres, que juegan estúpidamente a ser dioses y que nos
devuelve al punto de salida. Rebelémonos contra el “aquí no ha pasado nada”,
contra el “café para todos”, contra el “no es un espectáculo para mi público”,
contra el “vuelva usted mañana”, etc.
Larra decía que escribir en España
era llorar. Casi un siglo después de esas palabras hacer teatro en España se ha
convertido en algo peor que el llanto, en algo mucho más doloroso. “No nos
quieren”, dice Lluis Pascual en la carta que hace días envió al Ministro de
Cultura. No nos quieren, y además, ahora,
sería un gran momento para liquidarnos.
No, no os dejéis “seducir”, como dice
Brecht. En Asturias hay actrices, actores, directores, iluminadores, autores,
escenógrafos, sastras… tan buenos, o incluso mejores, que en el resto de
España. Y aunque ahora, como Hécuba, tengamos
la impresión de que lo hemos perdido todo, luchemos denodadamente contra ese
destino que nos quieren imponer, como Medea, como Electra, como Antígona. Solo
así, lo mismo que la tierra, lograremos que este arte sea para el que lo trabaja.
Para todos los hombres y mujeres del teatro asturiano que año tras año dejan su
piel en cada nuevo espectáculo, en cada representación. Ganaremos todo lo
perdido y, libres ya del peso del destino, podremos comenzar un nuevo tiempo en
el que seamos importantes para el público y para nosotros mismos, donde podamos
vivir en los teatros, donde dejemos de ser pedigüeños para, de una vez por
todas, convertirnos en Artistas.
En
1919, en medio de la famosa gripe española, García Lorca llegó a Madrid, a la
residencia de estudiantes. Sin duda sus padres quedaron muy preocupados en
Granada, pues Madrid, igual que ahora, era el centro de la pandemia. Pero
Federico salió de su pueblerina Granada para conocer el mundo, para ser
artista. ¿Tendría miedo a la gripe? Posiblemente, como también lo tenemos nosotros ahora. Pero lo que sin duda atesoraba
eran unas enormes ganas de comerse el mundo, de ser escritor, de crear: poesía,
teatro, etc. La historia de Federico debería servirnos de ejemplo. Que nada ni nadie
nos quite nuestra vocación por el teatro, nuestro “sueño de pasión”, nuestro
amor por la escena. Artistas por encima
de todo – como nos pide Federico -, artistas
de pies a cabeza, puesto que por amor
y vocación hemos subido al mundo fingido y doloroso de las tablas. Artistas por
ocupación y preocupación, aunque,
también como Federico, estemos en medio de una pandemia, silenciosa y
devastadora, que nos sume en una profunda indecisión.
Etelvino Vázquez
Lugones 20 -5 20